"Elle est triste elle fait valoir
Le doute qu'elle a de sa réalité dans les yeux d'un autre."

En exil, Paul Eluard.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Cuando "casa" es una palabra polisémica

“No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad”

Facundo Cabral 


“Pintada, no vacía: 
pintada está mi casa
del color de las grandes 
pasiones y desgracias”

Miguel Hernández


Había pasado la medianoche y seguíamos rodeadas de cajas y maletas a medio deshacer. “Me faltan cosas”, “¿y para qué **** quiero yo esto?”, nuestras vidas de apenas hace unos meses empaquetados. Nos miramos y reímos como chiquillas. Moviendo muebles de madrugada, haciendo nuestras las estanterías, pegando postales en los muros, sabemos bien que el sentido de la propiedad es muy relativo.

En un año hemos crecido y aprendido que lo “mío”, lo “nuestro” es lo que sientes como tal. Y que una foto estratégicamente situada en el cabecero de la cama hace más que cualquier contrato de alquiler. Coloco la instantánea de mis padres de finales de los 1980' sin pedir permiso por invadir espacios ajenos. Ángela llena cajitas con caramelos y las pone sobre una cómoda. Sus libros y mis libros tan juntos, sé que la convivencia será muy dulce

“Aquí hace menos frío que en la calle, 
hay leña para un fuego, 
no mucha, pero bueno, 
un poco de calor no viene mal"

Ángela me mira y me dice algo relacionado con la canción que suena. No hacía falta que me lo dijera, yo también lo estaba pensando. “Esa canción me recuerda a ti”, admito. “¿Por qué?, ¿por el carro?”. Claro que me acuerdo del día que volvíamos en su coche de Grenoble. Íbamos de visita y apenas comimos en un restaurante italiano. Luego, en la vuelta, pusimos un disco de Pedro Guerra y creo que casi se me cayó la lagrimita. Porque en ese momento, estos pequeños instantes me hacían inmensamente feliz. Tras Grenoble, visitamos el monasterio de la Chartreuse y nos llevamos de recuerdo un vaso de chupito en el que nos habían dado una muestra de licor y nosotras habíamos guardado, cleptómanamente en el bolso. 

Deshaciendo las cajas y maletas del trasteo/mudanza, ambas hemos encontrado nuestros respectivos chupitos de Chartreuse y hemos vuelto a reír. Yo he seguido organizando cartas y postales, maldiciendo a mis amados corresponsales que olvidan escribir la fecha en la carta, obligándome a mi a una labor de archivo ordenando sobres, matasellos y epístolas. “¿Ponemos postales también en el baño?”. “Vale”, respondo. Ángela ya ha pegado dos postales y un marcapáginas que le he regalado yo. En cuanto a mí... estoy en ello. 

“Aquí hay una canción que no descansa
un hueco para el alma,
sentirse como en casa
un alto en el camino, nada más”

Termina la canción y me dirijo a la cocina a prepararme una infusión. En lo que remuevo el mate, miro alrededor y me entra una indescriptible dicha: ¡una cocina en la que poder entrar, salir, hacer y deshacer libremente! ¡Comer, cenar, desayunar merendar, recenar a la hora que queramos!. Nunca más, ¡nunca más! esa sensación de vivir de prestado. Haciendo la mudanza/trasteo, siguiendo una vez más (y que sea la última) el camino a mi antigua dirección (que no casa), comentábamos que el progreso era ésto, que lo habíamos conseguido, que ahora nos tocaba seguir luchando, pero ante todo disfrutar de l'avenir. "Adoro esta palabra, avenir, ¿cómo se dirá en castellano?". "Futuro", me responde. "No, futuro es future, y no es lo mismo".

La canción había terminado, pero canto en voz alta de nuevo un verso, “sentirse como en casa”. Ángela edita fotos de su último viaje en el ordenador, yo tomo el mate e intento leer un texto infumable para el Máster. Sigue la música, ahora parece que es Mercedes Sosa. Mañana saldremos, daremos una vuelta en bici al barrio, me caeré porque estará lloviendo, Ángela hará café en un puchero mientras nos secamos, invitaremos a unos amigos a cenar y haré una nueva tortilla de patata en la distancia. Seguramente abriremos una botella de vino de los que traje en la maleta. Y puede que hagamos tarta de manzana. 

Sonará la puerta, y podremos decir, “Bienvenidos a nuestro hogar”. Aunque no sea nuestro en verdad, y aunque la temporalidad aceche en cada esquina, he plantado mi postal de Lavapiés, mi tigre de peluche y mis tazas de café, y pienso llamar a este hueco de Lyon “casa”. Y en vez del típico felpudo de “bienvenido”, quizás escriba en la puerta una frase de Benedetti:

“Sólo imagina lo precioso que puede ser
arriesgarse y que todo salga bien"

O mejor la dejo en la puerta del baño.