"Elle est triste elle fait valoir
Le doute qu'elle a de sa réalité dans les yeux d'un autre."

En exil, Paul Eluard.

jueves, 9 de julio de 2015

Los viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos

"En otras ocasiones a Agustín le gustaba el barullo de la estación de Atocha, allá en su hoyo, el pitido de los trenesm el olor del carbón de las locomotoras, el abolengo que adquieren las maletas por sus etiquetas multicolores. Había viajado un poco y esperaba viajar más. Un vagón de ferrocarril es una cosa muy seria a los veinte años"
Max Aub: Las buenas intenciones. 

Los viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos”. Ahora que vuelvo a subirme a un avión, esta frase resuena en mi cabeza. Sé que no es mía, pero tardo unos segundos en darme cuenta de dónde la he sacado. Le pongo música y eureka, es de Ismael Serrano. Este año por mi cumpleaños me he hecho una lista de reproducción con 24 canciones. Aquellas que me han acompañado el último año de mi vida, el año de las decisiones, de los volver a empezar, del qué coño hago yo aquí y del cuál es el aquí y cuál es el allá. Son las canciones que escuchaba cada mañana, en los trayectos de una punta de Lyon a la otra que terminaron por constituir mis momentos de paz en los días más locos, las que tarareé y las que amenizaron aquellas veladas entre amigos que me hicieron curarme de mis heridas geográficas.


Lo que nos trajo aquí.
Hay flores secas en esta mañana
y una resaca de pasarme de ti
me entra frío en el porvenir
no tengo abrigo y cierro la ventana”
Carlos Chaouen.

Vinimos buscando un sitio en el que acampar. Igual que fugitivos perdidos amnésicos de donde huían, robinsones sin Viernes y sin isla, exploradores sin brújula y sin carabela. Sin diez cañones por banda, sin viento en popa, pero a toda vela, dejamos nuestros bártulos a una altura indefinida del camino. Algunos admitimos que, cansados de vagar por la cuarta dimensión, amarramos en el primer puerto, otros buscamos excusas y otros disfrazamos el azar con el barniz de que todo estaba previsto de antemano. Ninguno sabíamos qué había sido exactamente lo que nos había traído aquí, pero aquí estábamos.

Más o menos ligeros de equipaje, este apenas consistía en recuerdos y manías en unos casos, mientras que otros nos empeñábamos en la sugestión de lo material, y todavía algunos viajamos solamente con la determinación de olvidar anteriores naufragios. Llevábamos flores secas, resacas y necesidades que subsanar a sabiendas que aquí no lo haríamos. Vinimos buscando tierra virgen en la que asentarnos, o quizás solamente una estación o apenas un ave de paso. El aprendizaje, en todo caso, aunque también en gran parte la enseñanza, el sentirnos útiles, sobre todo válidos, capaces, dispuestos a darlo todo por la nada y a sentirnos dueños de nuestro mismo camino. No importaba si nos ahogábamos, sin nos comportásemos cual cangrejos o si el tiempo y el espacio se paraba a nuestro alrededor. No importaba, porque nosotros caminábamos, quién sabe hacia dónde, bueno, sí, hacia Lyon, pero quién sabe por qué, por cuánto y sobre todo, cómo.


Lo que nos salvó
Algunas veces, mejor no preguntar,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
hay que pensar que la tristeza también
se va
Jorge Drexler

Cuando era pequeña leí un libro de una niña llamada Anastasia. Sus padres le dieron un día la noticia de que iban a mudarse de barrio, pero ella puso como condición sine qua non que su habitación estuviese en una torre. Sorprendentemente, la familia encontró una casa con una torre para el capricho de Anastasia. Pero lo más importante de la historia era su extraño pasatiempo: hacer listas. Listas de cosas que le gustaban, que no, de pros y contras (obvia), de cosas hechas o todavía por hacer... Yo en mi faceta imitadora, intenté copiar esta particularidad. Creo que ahí nació mi amor por los cuadernos de distintos colores, formas y texturas con el único objetivo de escribir en ellos n'importe qua, así como mi facilidad por dejar las cosas a medias.

En enero de 2015 hacía mucho frío, tomé un folio y lo dividí en 31 pedazos. En ellos escribí 31 cosas que me gustan, del tipo de comprar una barqueta de fresas en el mercado, dar un paseo en bici o ir a un mirador y pasar unos minutos contemplando Lyon. Introduje los papelitos doblados en una caja con forma de Papa Noel que un día contuvo lacasitos y me concedí el capricho diario de tomar uno cada día, con el fin de realizarlo y disfrutar de las cosas bellas de cada día. Aunque luego el pragmatismo se impuso, y el día que Papa Noel me aconsejaba ir al parque llovía, o cuando podía permitirme comprar el periódico y leerlo junto con un café no tuve ni 5 minutos libres, recuerdo que justo el día que tenía mi examen de francés, tomé un papel que me decía “Sal a la calle y canta”. Entonces, terminado el examen, y con apenas 7 minutos para salir de Bellecour, atravesar el Pont Bonaparte, comprar el pan, tomar el funicular en Vieux Lyon, rodear Fourvière e ir a trabajar, me puse los cascos del móvil, pulsé en reproducción aleatoria y grité a los franceses que me miraron con esa expresión suya de superioridad deciochesca que todo empieza y todo tiene un final, hasta la tristeza, el frío e incluso las preguntas retóricas.


Lo que nos atrapó
Mais si nos mains nues se rassemblent,
Nos millions de cœurs ensembles.
Si nos voix s'unissaient,
Quels hivers y résisteraient?”
Zaz

Yo terminé de extraer los 31 papelitos del Papa Noel en aquellos meses de invierno. Todavía era febrero, pero ya empezaba a salir el sol y la persona 1 rodó de risa por el suelo cuando me golpeé con el cristal de una puerta que no se abrió en un tren con origen de Toulouse en la estación de Barcelona. Luego la persona 1 esperó dos días con sus noches en el aeropuerto Charles de Gaulle antes de cruzar el océano. A ella, que vivió entre tinieblos, Francia también la había atrapado.

Pero quizás no salió de todo el sol hasta que me bajé en otra estación, la de Montpellier y rodé yo de risa por sus playas viendo como la persona 2 disfrutaba de una canción de Joaquín Sabina como si descubriese en ese instante lo que era la belleza. Algo del espíritu de la persona 2 tuvo que quedarse en el Mediterráneo, pues mes y medio más tarde, a la orilla de la Saone, ya en Lyon, sus chanclas se escaparon con la corriente buscando reencontrarse con el mar, a la altura de la playa en la que la persona 2 había quedado atrapada.

La persona 2 regresó a sus orígenes transalpinos, donde la cerveza es más barata y el Danubio más respetuoso, pero con la promesa de que si Lyon no cuidaba de los que quedamos entre sus brazos, antes de dormir bajo uno de sus puentes, huyésemos a la capital de Sisí. No sé si el hechizo de la ciudad en la que acampamos como fugitivos amnésicos armados de recuerdos nos soltará, pero la persona 3 y yo tenemos claro que seguiremos viajando y dejándonos atrapar. A mí ella ya me han atrapado sus narraciones bogotanas, su optimismo contagioso y su capacidad de caminar absorbiendo todo su alrededor. La persona 3 me confiesa que ella es muy intensa, y es cierto, por eso le queda tanto que tomar de esta ciudad que ella y yo sabemos que terminará atrapada.

A la persona 4 Francia también la ha atrapado, y como en las verdaderas historias de amor, tras esfuerzo, preocupaciones e impotencia, va a devolverle parte de lo que la persona 4 había renunciado por ella. La persona 4 ilumina cuando sonríe, ella es pura melodía, y aunque bien sabemos que el sonido no se puede atrapar, Lyon ha quedado marcado por su música.


Por eso, en esta noche en la que los aeropuertos han vuelto a jugársela a la persona 5 (servidora), no puedo evitar pensar en que la ciudad también me ha atrapado a mí. Por eso la miro, la acaricio y le confieso que “Volveré”. Claro que volveré, aquí he dejado mis maletas llenas de nostalgias, he jugado a la ruleta rusa con mis incertidumbres y he empezado a hacer otra lista en un cuaderno de colores. ¿Será esta vez la buena? Quién sabe. Por lo pronto, puedo afirmar, orgullosa, que junté mis manos, mi corazón, mi voz y, finalmente, el invierno no nos resistió.