"Elle est triste elle fait valoir
Le doute qu'elle a de sa réalité dans les yeux d'un autre."

En exil, Paul Eluard.

domingo, 21 de febrero de 2016

Los lugares en los que no pasa el tiempo.


A ti, que me haces bien.


-Hay lugares en los que no pasa el tiempo.
Reflexionas sobre Lyon, Madrid, Bogotá, quizás Montpellier, puede que incluso París, pero en el fondo sé a lo que te referías.
-Como el Boston
-Como el Boston.

El Boston es el bar con peor fama de Lyon, pero es nuestro bar. La precariedad económica nos trajo a este inmenso pub (mejor dicho), imposible de frecuentar después de medianoche, donde entrar conlleva enseñar el pasaporte, ser registrado, despojado de botellas de agua vacías,  y soportar algún chiste malo de estos tan franceses.

Pero nuestra mesa esta ahí, esperándonos, aunque ya no vengamos tanto. Se me había antojado un pastis tras descubrir que Vichy prohibió la prohibición de aperitivos "comme le pastis" para regenerar la raza. Lo que no sabía el mariscal Pétain, es que esta raza es irregenerable. 

Nuestra mesa nos espera, y hablamos, mientras pasado, presente y futuro se funden en el discurso. Lo de que no pasa el tiempo lo decías por algo. No puedo vencer mi lado pedante y saco un libro del bolso en el que se cuenta el ya conocido como l'affaire pastis. Recuerdo otra ocasión en la que también llevé intelectualoidemente un libro a una cena con amigos, y lo recomendé en voz alta, como si fuese una vendedora de la enciclopedia Espasa, asegurando que era la mejor guía turística europea sobre la India. Era la vuelta al mundo en ochenta días.

Se nos agota el tiempo para hacer planes, al menos a medio plazo (el único que existe, en verdad), pero no importa, porque es lunes, aquí estamos riéndonos del reloj y del calendario. Nos reímos de Parménides, sin saber el pobre que se baña cada día en un río distinto. Y es un sabor que no cambiaría por nada. 

Ya entiendo lo que querías decirme cuando sacaste a Bogotá y a Madrid en la reflexión sobre el no-paso del tiempo. Te refieres a esta vida de precipicio que llevamos, en todos los sentidos. A este sabor de rutina que no existe, en los que cada día es un nuevo amanecer, y nada parece ligado, por eso perdemos la sensación de progreso. 

Como el almendro que desafía al invierno con su prematura flor. La más bella de todas.
Como los caramelos de café que mi madre me mete en la maleta cada vez que vuelvo a casa.

Como un "te quiero" dicho junto al "buenas noches" no tan rutinario como debería ser.

Como el poema de Benedetti, del libro que me regalaron mis amigos, a pesar de que a ninguno les gusta.

Como esta canción que escucho tanto últimamente, más conocida por estar en la banda sonora de Bajarse al moro

Como el olor a mandarinas del invierno. Y el nuevo descubrimiento para cuando salen ácidas: hacer mermelada.

Como volver del trabajo y pasar a comprar la última baguette que queda en la panadería.

Como cruzar el puente Wilson en bicicleta de noche, y no saber a que lado mirar, los dos son preciosos.

Como volver a escuchar a Cat Stevens. How many times must I see the same old things, when all I should be seeing is you.

Como hacer planes, total, últimamente no los cumplimos nunca.


-Tengo un nuevo vaso en mi vajilla.
-¿has estado en Boston?
Estos vasos de plástico son a veces la única prueba que tengo de que pasó el tiempo.

domingo, 7 de febrero de 2016

La muerte del sapin de Noel


"-¿Y a qué te dedicas tú?- me preguntó Mercè el día que nos conocimos, en esta misma azotea, ella tendiendo su ropa y yo contemplando la ciudad como hago ahora.
-A nada- le sonreí.
-A algo te dedicarás...
-A perder el tiempo- le dije yo mientras ella me observaba con la curiosidad indisimulable de quién sospecha de que le están mintiendo.
-No es mal trabajo- me respondió con una sonrisa.
-No está mal-le dije yo"
Julio Llamazares: Las lágrimas de San Lorenzo

"Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado"
Silvio

Desperté hecha un ovillo junto a una señora demasiado grande con unas bolsas de la compra también demasiado grandes para los espacios de los asientos normativos del tranvía. Últimamente me ocurre que me despierto desorientada, sin saber cuál de todas las camas en las que he dormido durante los últimos meses es esta. Sin saber si el parque del otro lado de la ventanilla es Parrilly o el parque del Oeste. Como la típica escena de película en la que el personaje despierta sin acordarse de nada en la noche anterior y mira debajo de las sábanas para saber si está desnudo.

Últimamente no deshago las maletas

y sigo peleándome con los aeropuertos.

Últimamente olvido pasar las páginas del calendario y de repente me encuentro en un autobús atravesando Francia. Por eso, cuando las paso, intento evitar hundirme en la fugacidad del tiempo. 

Últimamente, últimamente es una palabra prohibida, y nosotros unos reincidentes. 

Desperté entonces sin saber muy bien si era viernes, si me había quedado dormida o no, y si es así no es para tanto, sin saber de dónde venía.

Porque hace unos días empezó a nevar, pero a nevar de verdad, y en el ascensor habían colgado un cartel en el que invitaban amablemente a los vecinos del inmueble a reciclar sus árboles de navidad dejándolos en la place Flammarion. Había empezado a nevar, y no pude evitar mirar por la ventana con miedo, mucho miedo a volver a hundirme en enero.

A veces tenemos que hacer un ejercicio de abstracción y salirnos de nosotros mismos para mirar desde fuera, con perspectiva espaciotemporal (¿qué es, si no, la distancia?) y vernos. Y valorar qué estamos haciendo en este tranvía recién despertados. Sí, hace aproximadamente un año nevó en Lyon, o eso pensaba yo. Porque era miércoles, y me lo pasé encerrada en la casa trabajando y no fue hasta la noche cuando al hablar con una amiga, me dijo que en su barrio no había nevado. Yo deduje que la nieve solamente había caído sobre aquella casa, como las mil plagas y las mil pruebas que los dioses del Olimpo parecían lanzarme cada día en aquellos tiempos. 

Intento salir de mí y mirarme, pero sigo teniendo pesadillas en las que pierdo vuelos, en los que me encuentro en medio del Pont Bonaparte arrastrando mis maletas sin saber a dónde ir (“más sóla que una maleta olvidada en la Gran Vía”, decía Sabina) 

Y me preguntan, “oye, ¿y cuándo te vuelves a España?”

Y me preguntan, “oye, ¿pero estás contenta?”

Sí, claro que estoy contenta, o debería, o al menos no hay razones para no estarlo. Me abstraigo, me salgo, como el narrador omnisciente de estas crónicas, comparo. Claro que estoy contenta, mañana se acaba enero. Y lo que es mejor, no he sucumbido. 

“¿A qué? ¿a la cuesta...?

No, no lo digas, porque no es eso. Enero es un estado de ánimo, es aquella sensación. Lloraba mientras hacía tortilla de patatas, eso es enero. Enero es nuestro peor enemigo, son las dudas, es el hastío. Enero es todo lo que dejé atrás cuando empecé a escribir en este blog. 



Enero este año está terminando mientras vuelvo a coger el RER (sí el RER) que lleva a Saint Michel Notre-Dame, tomándolo estratégicamente en la gare d'Austerlitz. Paso junto a un grupo de chicos. 

“Bon appétit”, me dicen, refiriéndose a mi panini de mozzarella. 

Luego, solamente con mi “merci”, reconocen mi acento y me hacen algún chiste malo en español. 

Yo sigo andando, huyendo, pero sin apretar el paso, para disimular mi fuga, como si no les hubiese escuchado, o mejor, como si en realidad no comprendiese el español y no me hubiesen pillado. Pensando en identidades alternativas (quizás si me preguntan, puedo hacerme pasar por italiana), me subí al último vagón. 

Cerré los ojos, como cuando los niños pequeños lo hacen para esconderse -si no veo nada, a mí tampoco me ven- y me dejé llevar por el chup chup de las vías. Quizás cuando volviese a abrirlos, ya no fuese enero, o mejor, quizás estuviésemos en otros eneros, como el de hace cuatro años, cuando vivía en esta ciudad y tomaba cada día el RER para ir a la universidad. Podría dejar de ser enero justo cuando llegase a mi destino y la megafonía anunciase que estábamos en Saint Michel Notre-Dame, Saint Michel Notre-Dame... ¿Estaría nevando allí afuera?

Abrí los ojos echa un ovillo, con el panini a medio comer y sin saber si me había quedado dormida. 

Qué curioso, cualquiera diría que enero fuera como los sapins de Noel, que se reciclan. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

¿Por qué esta ciudad tiene tantas escaleras?

"No comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan Desde la fuente al mar, en ocio atareado. 
Llenos de su importancia, bien fabril o agrícola; 
La fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple, 
El multiforme mar, incierto y sempiterno. 
Como en fuente lejana, en el futuro 
Duermen las formas posibles de la vida "
Luís Cernuda: A un poeta futuro


"Que el sol sólo es el sol si brilla en ti. 
La lluvia sólo la lluvia si te moja al caer."
Joan Manuel Serrat: Para vivir



-¡Feliz día de los inocentes!
Y yo todavía no sé qué hacer con esta media galleta echada irremediablemente a perder tras haberla mojado en un café con sal.

Rebobinemos 5 minutos.

-Son las 9 ya (te ibas a las 9 y 20, ¿no?), ¿quieres que vaya haciendo café?
-No, si te lo quería llevar yo a la cama.
Mi empanamiento universal a estas alturas del día me impide reaccionar, así que me tumbo en la cama a pensar en cómo volver a pedirle, una vez más, que se case conmigo, y pongo nuestra canción, la de Pedro Guerra.
Ángela trae la taza de café y las galletas. Yo mojo la galleta, plantándole cara al destino, en vez de beber directamente el café, como habría sido lo normal. Entonces pienso que la pobre mujer se ha equivocado y le ha echado sal sin querer...
Luego pienso mejor que es una irresponsable por malgastar el preciado café colombiano de comercio justo, pero de nuevo se adelanta y saca otra taza (mucho más llena, mucho más roja, mucho más bonita) con café del bueno y...con azúcar.
-Tranquila, había utilizado café del malo.
Yo sigo pensando en mi declaración de amor, pero a estas horas del día ella es mucho más rápida y ágil mentalmente que yo y ya está saliendo por la puerta.

Adelantemos 3 horas.

Volvemos a hacer maletas con la banda sonora del "hay que ver cuantas maricadas que tenemos". Pero hacer maletas así da gusto, porque tenemos donde dejarlas, y volver a esparcirlas, y volver a vaciarlas repitiendo otra vez la frase. "Hay que ver cuantas maricadas tenemos". Esta mañana invertimos los roles. Yo, estoy tranquila (la física dice que tiene que caber todo) y me lo tomo con calma, ella representa el nerviosismo y la contrariedad (hay que ver cuantas maricadas tenemos)

Rebobinemos 7 días

-¡Hola!¿te molesto?
-No, dime
-¡He firmado!
-Reeee bien, ¡felicitaciones! ¿vienes a la casa y lo celebramos?
Yo con mi contrato de trabajo indefinido firmado, aunque es cuidando niños de nuevo y apenas 9h por semana, pero mis cálculos me dicen que con eso tengo para el alquiler, más otras chapucillas...
Entonces decido tomar la bici en vez del metro, porque sigue siendo diciembre y sigue haciendo tanto sol, que es un pecado resistirse a sus encantos. Ni siquiera me pongo música, pues la canción ya la tengo elegida y está en mi cabeza, lleva mucho tiempo ya ahí.
-qué dirán las vecinas, cuando aparezcas en limusina....
Los franceses del barrio más chic de Lyon me miran. Una sonriente joven española cantando en bici con un contrato indefinido de niñera en el bolso se escapa de sus problemas cotidianos. Una joven que piensa que es verdad lo que le decían, aquella semana debería haber jugado a la lotería, era increíble que una vez tomada la decisión, en apenas 10 días había conseguido techo y trabajo. Aunque apenas 9h por semana, más otras chapucillas...

Rebobinemos 10 días

Seguía inmersa en el tema del eterno retorno: Quizás ya es hora de saber ya lo que quiero. ¿Volver a cuidar niños? 24 años no es tanto. Una vez me escribieron una carta en la que el redactor en cuestión me confesaba que, una vez, estaba en una de aquellas reuniones políticas de los años 1970, y trotskistas, y maoistas, y stalinistas peleando, y se dijo, "¿pero qué hago yo aquí?". Aunque también me regalaron una vez una guía (usada) de Uruguay, por si un día realizaba mi sueño.
Claro, "¿pero qué hago yo aquí?" ¿Y allí?, ¿Qué haría allí?. Deshojaba una margarita que en verdad era una mandarina en la cima de aquellas escaleras.
Maldita ciudad, y malditas decisiones. Pareciera como si estuviésemos subiendo escaleras, tantas tantas escaleras, valorando, equilibrando, pensando, cuestionando, pero una vez tomada la decisión, tan sólo quedaba el plácido ejercicio de descender los escalones. Simplemente había que poner cuidado para no tropezar, pero el trabajo ya estaba hecho.






















Malditas escaleras.

¿Por qué esta ciudad tiene tantas escaleras?



















           
...tantas escaleras?

Adelantemos, ya por fin, un día. Como dato orientativo, es viernes 11 de diciembre.

-¡Hola! ¿A quién despierto de la siesta?
-A mí no, no sé si papá estaba dormido.
-He decidido que me quedo. No hay problema, con el Máster me lo apañan, solamente me queda casa y curro. Pero para la casa, tengo una genialidad en mente, y para el curro, acaba de llegarme un email para una entrevista el lunes. Así que...¿cómo verías si cojo unos billetes de estos de promoción para ir unos días en Navidades a Madrid?
Ya solamente nos queda la cuesta abajo. Aunque sea con café con sal, una vez al año... no hace tanto daño.

Las pastillas del abuelo: Tantas escaleras



domingo, 13 de diciembre de 2015

Deconstruyendo el eterno retorno

"Lamento decir que me entra por algún sitio, a lo mejor por los dedos de los pies, un grandísimo sentimiento que es en parte liberación y en parte excitación, un sentimiento que me barre el cuerpo entero como una oleada bien potente. Es una cosa que ya he sentido antes, y que por eso sé que no vale gran cosa. Es confuso, por ejemplo, porque no puedo decir que vaya a sentirme extasiado de felicidad durante las próximas semanas. Pero sí sé que debería hacer algo con él, disfrutarlo al menos mientras dure"
Nick Hornby: Alta Fidelidad


"Como un extraterrestre se posa en el suelo 
y me ofrece regalos que trae de otros cielos. 
Le regalo una piedra 
recuerdo de la Tierra."
Extremoduro: Si te vas


Con 16 años me hablaron de una teoría llamada el mito del eterno retorno. Un tal Nietzsche hablaba de un fuego que hacía descomponerse al mundo y de cuyas cenizas este renacía, volviendo a repetirse los mismos acontecimientos, los mismos personajes, los mismos errores, los mismos aciertos...Otro tal Hegel analizaba como en la historia cada episodio aparecía dos veces y, añadía otro tal Marx que esta repetición se daba, una primera vez como tragedia y la otra segunda como farsa. 

No pensaba en la filosofía alemana del XIX aquel domingo (sí, siempre son domingos) en los que mi bicicleta adelantaba al resto del tráfico hacia el puente de la Guillotière. Son domingos, lunes, martes, de reuniones, entrevistas, preparación de entrevistas, preparación de reuniones, autobuses lowcost, visitas a apartamentos, envío de currículums, son domingos, son lunes, son martes de bares cerrados en los que hablar de filosofía alemana no está bien visto, pero, sin embargo, tenemos este gusto de farsa en los labios. Como si el próximo café como excusa para un brainstorming lo hubiésemos ya vivido. Como si levantásemos el brazo izquierdo del manillar de la bici automáticamente. Como si subiésemos aquellas escaleras sin pensar que cuanto más alto es el piso, mayor es el pecado, y sin embargo, siguiésemos subiendo.

Cruzaba el puente escuchando "Within you without you", una de las mejores canciones de George Harrison e, inevitablemente, me acordé de la última vez que sonaba la cara B del disco del Sargento Pimienta. A veces es complicado resistirse a jugar al juego de buscar las 7 diferencias. ¿Cuándo fue la tragedia, cuándo fue la farsa? Hay canciones para escuchar abrazando, pero nunca debe hacerse dos veces. Supongo que llega un momento en la vida en que empezamos a volver a vivir determinados momentos, con el riesgo que las comparaciones conllevan. Creemos vivir en la novedad, en la sorpresa diaria, pero a veces la sensación de farsa nos acompaña....y.... entonces...

Entonces es un domingo de diciembre y el cielo sigue siendo azul. ¿Cómo eso?


Sí, sigue siendo azul, mi paraguas lleva desde principios de octubre roto en la terraza y nadie lo ha echado de menos. Estos días de luz y de, "uy, parece que hoy hace frío", pero luego nunca es para tanto, estos días en los que me acuerdo de la canción de Winter, de los Rolling, y en que seguro que será un invierno frío frío sin que sople el viento del sur, que será un duro, duro invierno. Recuerdo cuando empecé a escribir este blog y hablaba de la última lluvia del invierno. Era marzo, y los días también eran azules, y diciembre no era más que el principio del fin que por fin había finalizado.

Cruzo el puente y me digo que debo volver a escribir, aunque hace ya varias semanas que lo voy diciendo por ahí. Me da la sensación de que siempre sale la conversación, o más bien que yo la busco, y vuelvo a casa con ganas de abrir mi cuaderno, aquel de los largos y duros inviernos. Y me acuerdo de aquella poesía que hice una vez en la que hablaba de un calcetín que se daba la vuelta en una lavadora. Obviamente, era una metáfora, pero estas nunca han sido mi fuerte. Porque, de pronto, todo se removía con tanta facilidad, como en el "Suddenly" quebrando la segunda estrofa del Yesterday de McCartney. Y en parte, menos mal que era así, pues solamente por sacudidas como esas nos damos cuenta de que seguimos sintiendo. 

Quizás el eterno retorno sea esto, volver una y otra vez a girar por la calle Emile Zola y sorprenderse de llegar a la fontaine des Celestins, sin saber si esta vez es la farsa, la tragedia, o la vida misma. Volver entonces a escuchar también a Donovan, y recordar el Álamo en este invierno que nunca llega, en el que diciembre bien podría ser marzo y de vez en cuando apetece reflexionar sobre esta extraña sensación de normalidad, y pegar la pegatina de la última botella de vino en una página del cuaderno, porque ella sabrá expresarse mejor que cualquiera de nuestras palabras.

-Esta canción... esta canción... es de ¡Donovan!... Sí, claro, Catch the wind
-Es verdad, suena a Donovan
-¿conoces a Donovan?

Y la siguiente canción que escuchamos abrazados fue la de Colours, el Sargento Pimienta era ya otra historia. En ese momento, supe que era un "Suddenly" en toda regla, y que con estas cenizas construiremos las calor para cuando llegue el invierno. Disfrutemos de nuestra farsa. 

martes, 3 de noviembre de 2015

La noche de la ciudad en la que la noche no existe

¡Dulces palabras que brotáis del corazón, asomáis al labio y morís sin resonar apenas, mientras que el rubor enciende las mejillas! (...) ¡Vosotros sois la poesía, la verdadera poesía que puede encontrar un eco, producir una sensación o despertar una idea! 
Gustavo Adolfo Bécquer, Cartas literarias a una mujer


¿Por qué no estoy allí?, te preguntarás,
¿Por qué no he tomado ese bus que me llevaría a ti?
Porque el mundo que llevo aquí no me permite estar allí.
Porque todas las noches me torturo pensando en ti.
¿Por qué no solo me olvido de ti?
¿Por qué no vivo solo así?
¿Por qué no solo....

Mario Benedetti

Eran las tres de la mañana y subía la calle de la République en bicicleta. Al final se me había hecho un poco tarde, pero la verdad era que el día había dado de sí, aunque pensando en lo que tenía que hacer al día siguiente me decía, “pedalea, pedalea, pedalea más fuerte”. Como en la canción de Chico Buarque, la vida moderna va tan rápido que los obreros caen de los andamios, pero el tráfico debe seguir, no debe ser perturbado, el pedaleo no se interrumpe, y, sobre todo, el día debe dar de sí. Me acordé de Chico Buarque, pero aquella noche escuchaba justamente esa canción de Silvio en la que anuncia que en este día no sale el sol, sino tu rostro. Seguí pedaleando.

Al día siguiente me esperaba una entrevista de trabajo, una más, y luego ir a recoger a un buen amigo a la estación. “Pedalea, pedalea”, decía yo, para así llegar a aquella plaza que también conozco, en la que ya había aparcado tantas otras veces, pero nunca a las tres de la mañana. Pedaleé y dejé la bicicleta. El Ródano apenas se ve brillar desde la place Tolozan, pero sabemos que está ahí, majestuoso, atravesando la ciudad y abrazándo su parte más delicada, aquella que no llega a ser una isla. Si siguiese la corriente, llegaría a Marsella, anda que no lo he pensado veces. Recorrería Lyon de punta a punta, hasta allá donde (se cruzan los caminos) se reúne con el Saona para seguir juntos hacia el Mediterráneo. “Pedalea, pedalea”, diría a mi barca imaginaria. Luego en Marsella no sabría muy bien que hacer, pero los viajes al sur tienen este especial aroma a jabón de Heno de Pravia, que hace soñar.
Sueño” en francés se dice de dos formas: “sommeil”, que es tener sueño, estar cansado, y “rêve” que son los sueños que se tienen, las ilusiones. Desde la place Tolozan aunque no se deje ver el cercano Ródano podemos soñar con Marsella, o con Toulouse, o con todos los viajes que planeé desde la cafetería del otro lado de la calle, la cual esta noche tampoco se ve, y en la que apuraba los minutos antes de las clases de francés en las que aprendí a distinguir entre los dos tipos de sueños.
Pero aquella noche seguí sin embargo la calle, la misma que lleva a Croix Paquet, donde el tendido eléctrico anunciaba que volvía a ser de día, aunque sólo fuera en este espacio, pero que también señalaba la cuesta, infernal cuesta, de vuelta a casa. Eran las tres de la mañana, se me había hecho tarde, el día siguiente amenazaba con ser largo, la cafetería estaba cerrada, Silvio hablaba precisamente de Chico Buarque y de “quién fuera tu trovador”, el Ródano no estaba iluminado, y mis piernas ya no podían pedalear, pero parecía que era aún de día.

Fantasmas de señores con bolsas del mercado, de señoras paseando al perro, de niños gritando y corriendo, de clochards en Croix Paquet, de estudiantes, de gatos, de turistas y de obreros. Mientras quedase una sola bombilla encendida, seguía siendo de día, mientras siguiese dando cuerda a mi cuerpo para subir disciplinadamente la cuesta, mientras Silvio siguiese cantando, seguía siendo de día. El fantasma de la ciudad no se acuesta, ya me había dado cuenta aquella otra tarde de domingo en la que se me había hecho tarde, pero eso ya es otra historia.
Mientras una sola de las farolas de las que se escapa la luz con forma de mariposa en el plateau de Croix Rousse siguiese encendida, volvía a ser de día, y la noche no era sino un estado de ánimo, como estar de bueno o de mal humor. La noche era la ilusión, era un “rêve” y nadie podría convencerme de lo contrario en la noche de la ciudad en la que la noche no existe. La noche no tiene sentido en aquellos días en los que brindamos prometiendo que el día no acabará hasta que no nos vayamos a la cama. La noche no tiene sentido cuando se nos hace tarde y volvemos a casa arrastrando nuestros cuerpos, almas y fantasmas por la montée de San Sebastián y pasamos junto a la esquina con la calle Bourdeau, donde me caí de la bici al resbalar con el suelo mojado por la lluvia de verano.Y nos acordamos de otras noches ficticias y eternas, porque la noche es internacional. Entonces nos acordamos de cuando Martin perdió las chanclas junto a río y se las llevó la corriente hasta Marsella buscando olor a Heno de Pravia, o cuando en casa de Marie, acariciando una copa de vino blanco le dije aquello de que parecíamos dos divorciadas de series norteamericanas hablando de desamor.

Esta noche que no es noche recuerda que aunque se me hiciera tarde, nunca es tarde. En sus Cartas a una desconocida, Stefan Zweig, decía: “Toda la tarde me la pasé pensando en ti, aún sin conocerte todavía (...) Aquella noche, sin conocerte, soñé contigo por primera vez". Puede que no fuera la primera vez que soñaba contigo sin conocerte. Seguramente sea así. La luz eterna y nocturna de Lyon me ha enseñado a soñar de dos formas, a ver el sol salir en los rostros, a conocer y reconocer a gente, a dejarme llevar (por la corriente), a subir cuestas y a disfrutar de nunca más mirar el reloj cuando el espíritu de las tres de la mañana nos recuerda a través de la luz de las lámparas de mariposas que, en el fondo, sigue siendo de día.

domingo, 11 de octubre de 2015

Comida de guerra: Jodidas pero contentas

"O sea 
resumiendo 
estoy jodido 
y radiante 
quizá más lo primero 
que lo segundo 
y también 
viceversa".
Mario Benedetti

"e il tuo caffè sempre più amaro
il suo colore come il tuo futuro"
Adriano Celentano

"Así es la vida, un constante
querer apagarse y encenderse"
Julio Cortázar


"Tú siempre te levantas de buen humor, ¿no?", me dice Ángela nada más abrir los ojos. Sonrío y admito que no es tanto eso como que estoy aún medio dormida, demasiado como para empezar a cagarme en la mar salada. Luego, ya con la cara lavada reflexiono que por las mañanas sale la niña pequeña que llevo dentro. "¿Consentida?", me dice, buscando la palabra que yo no alcanzo a encontrar. "Sí, algo así."
Me levanto consentida, qué voy a hacerle, pero agradecida. Por eso casi le pido matrimonio aquella primera semana en que me llevó una taza de café recién hecho a la cama. Y no cualquier taza, sino esas maravillas que me regaló mi hermana.
Me gusta el café, contigo, y, si es en la cama ni te cuento. Digamos que soy de gustos sencillos (tampoco nos podemos permitir gustos muy pirotécnicos), pero que nunca falten, que por algo se dice que la vida está hecha de cosas pequeñas.
Por eso mi batalla, ya legendaria, con la cafetera que no hace café me ha tenido tan absorta. Ángela me regaña por mi empeño, "¿por qué sigues intentándolo cada mañana si sabes que no funciona?" Apenas sube una gota de café y el filtro está atascado ya, pero mi orgullo me impedía dar la guerra por perdida...
Pero a enemigo que huye, puente de plata, y a base de puentes estamos viviendo. ¿Qué la cafetera nos la tiene jugada? No pasa nada, se hace un café a la colombiana, es decir, en un puchero. Reconozco que la primera vez que la vi con la cacerola pensé en mi padre y en la cara que pondría con un café tan aguado. Recordé las veces que ha estado a punto de devolver algún café con leche cuando, a pesar de pedirlo oscuro y bien cargado, se encontraba con un líquido marrón clarito. Luego, nunca lo devolvía, pero si intentaba explicar pedagógicamente a la camarera que bien cargado significa echar más café, no más agua. 
Así que yo, con mi eurocentrismo, ante aquella taza de café de puchero no las tenía todas conmigo. "¿Pero qué es un puchero, por qué lo llamas así?", me preguntaba, algo (con razón) molesta. "No sé, se llama así, café de puchero, esto es lo que se tomaba en la posguerra. Bueno, eso cuando se tenía café, normalmente era achicoria".
Ángela sonríe, sin querer se le ha devuelto. Una vez me dijo, refiriéndose a mi tortilla de patata, que la comida española es comida de guerra. Yo me ofendí, con ese extraño patriotismo que me invade a veces en la distancia, diciendo que no, que en la guerra en Madrid no había patatas ni huevos y la tortilla se hacía con la piel de la patata o la monda de las naranjas. "Comida de guerra": tortilla (que ambas devoramos como el mejor manjar jamás habido), lentejas, garbanzos, arroz (mucho arroz), pisto/ratatouille, y otros milagros obrados a base de cebolla o calabacín. Comida de guerra, y café de posguerra, dieta más allá del Atlántico.

Comida de guerra y café de posguerra, felicidad absoluta. Atrás quedó el tiempo de buscar cafeterías en Lyon donde el expresso bajase del 1,50€, ahora eso es un capricho. Son formas diferentes de ver la vida, en el fondo.
Ponemos música, ella me enseña cumbia, salsa, electrotango. O ponemos a Drexler, a Pedro Guerra, a Silvio, que nos las sabemos las dos. Entre nuestra lista de reproducción, un tema de flamenco fusión, "Jodida pero contenta". Nos miramos, "así estamos nosotras". Reímos y brindamos con nuestro tinto (palabra polisémica que puede ser café o vino tinto). Y sobre la mesa, entre mis papeles, un post-it que nos dejó un muy estimado huesped: "Por que estéis más contentas que jodidas". Estamos en ello.



sábado, 12 de septiembre de 2015

Cuando "casa" es una palabra polisémica

“No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad”

Facundo Cabral 


“Pintada, no vacía: 
pintada está mi casa
del color de las grandes 
pasiones y desgracias”

Miguel Hernández


Había pasado la medianoche y seguíamos rodeadas de cajas y maletas a medio deshacer. “Me faltan cosas”, “¿y para qué **** quiero yo esto?”, nuestras vidas de apenas hace unos meses empaquetados. Nos miramos y reímos como chiquillas. Moviendo muebles de madrugada, haciendo nuestras las estanterías, pegando postales en los muros, sabemos bien que el sentido de la propiedad es muy relativo.

En un año hemos crecido y aprendido que lo “mío”, lo “nuestro” es lo que sientes como tal. Y que una foto estratégicamente situada en el cabecero de la cama hace más que cualquier contrato de alquiler. Coloco la instantánea de mis padres de finales de los 1980' sin pedir permiso por invadir espacios ajenos. Ángela llena cajitas con caramelos y las pone sobre una cómoda. Sus libros y mis libros tan juntos, sé que la convivencia será muy dulce

“Aquí hace menos frío que en la calle, 
hay leña para un fuego, 
no mucha, pero bueno, 
un poco de calor no viene mal"

Ángela me mira y me dice algo relacionado con la canción que suena. No hacía falta que me lo dijera, yo también lo estaba pensando. “Esa canción me recuerda a ti”, admito. “¿Por qué?, ¿por el carro?”. Claro que me acuerdo del día que volvíamos en su coche de Grenoble. Íbamos de visita y apenas comimos en un restaurante italiano. Luego, en la vuelta, pusimos un disco de Pedro Guerra y creo que casi se me cayó la lagrimita. Porque en ese momento, estos pequeños instantes me hacían inmensamente feliz. Tras Grenoble, visitamos el monasterio de la Chartreuse y nos llevamos de recuerdo un vaso de chupito en el que nos habían dado una muestra de licor y nosotras habíamos guardado, cleptómanamente en el bolso. 

Deshaciendo las cajas y maletas del trasteo/mudanza, ambas hemos encontrado nuestros respectivos chupitos de Chartreuse y hemos vuelto a reír. Yo he seguido organizando cartas y postales, maldiciendo a mis amados corresponsales que olvidan escribir la fecha en la carta, obligándome a mi a una labor de archivo ordenando sobres, matasellos y epístolas. “¿Ponemos postales también en el baño?”. “Vale”, respondo. Ángela ya ha pegado dos postales y un marcapáginas que le he regalado yo. En cuanto a mí... estoy en ello. 

“Aquí hay una canción que no descansa
un hueco para el alma,
sentirse como en casa
un alto en el camino, nada más”

Termina la canción y me dirijo a la cocina a prepararme una infusión. En lo que remuevo el mate, miro alrededor y me entra una indescriptible dicha: ¡una cocina en la que poder entrar, salir, hacer y deshacer libremente! ¡Comer, cenar, desayunar merendar, recenar a la hora que queramos!. Nunca más, ¡nunca más! esa sensación de vivir de prestado. Haciendo la mudanza/trasteo, siguiendo una vez más (y que sea la última) el camino a mi antigua dirección (que no casa), comentábamos que el progreso era ésto, que lo habíamos conseguido, que ahora nos tocaba seguir luchando, pero ante todo disfrutar de l'avenir. "Adoro esta palabra, avenir, ¿cómo se dirá en castellano?". "Futuro", me responde. "No, futuro es future, y no es lo mismo".

La canción había terminado, pero canto en voz alta de nuevo un verso, “sentirse como en casa”. Ángela edita fotos de su último viaje en el ordenador, yo tomo el mate e intento leer un texto infumable para el Máster. Sigue la música, ahora parece que es Mercedes Sosa. Mañana saldremos, daremos una vuelta en bici al barrio, me caeré porque estará lloviendo, Ángela hará café en un puchero mientras nos secamos, invitaremos a unos amigos a cenar y haré una nueva tortilla de patata en la distancia. Seguramente abriremos una botella de vino de los que traje en la maleta. Y puede que hagamos tarta de manzana. 

Sonará la puerta, y podremos decir, “Bienvenidos a nuestro hogar”. Aunque no sea nuestro en verdad, y aunque la temporalidad aceche en cada esquina, he plantado mi postal de Lavapiés, mi tigre de peluche y mis tazas de café, y pienso llamar a este hueco de Lyon “casa”. Y en vez del típico felpudo de “bienvenido”, quizás escriba en la puerta una frase de Benedetti:

“Sólo imagina lo precioso que puede ser
arriesgarse y que todo salga bien"

O mejor la dejo en la puerta del baño.